Se define la Obsolescencia planificada como una práctica que
atenta contra el derecho de los consumidores en beneficio de la empresa que
produce un bien, cuya vida útil se fija de forma anticipada e independiente del
desgaste natural de los materiales. Sus arreglos son más caros que la compra de
uno nuevo. La empresa cuando planifica el producto ya tiene otro en
sustitución, forzando a los compradores finales a adquirir este último,
provocando un excesivo consumo. Esta gran crítica al marketing moderno la
podemos encontrar fácilmente en el mundo de los ordenadores, de los teléfonos
móviles, de los video-juegos, etc, donde un producto no llega ni a seis meses
de vida.
La obsolescencia percibida sería aquella que siente el
consumidor por su propio capricho, por querer ir “a la última”. Se percibe en
aquellos compradores que han comprado un vehículo y en poco tiempo, la propia
marca saca el mismo vehículo con unas pequeñas modificaciones en el diseño o en
el color y su propietario no puede aguantar más y decide comprarse este último,
gastando dinero innecesariamente.
Ambas obsolescencias mejoran la productividad de las
empresas pero atacan directamente al bolsillo de los consumidores y hacen
peligrar los recursos naturales. La primera se corrige con leyes, la segunda
con formación. Es bueno disfrutar en el tiempo cada producto comprado.
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